Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100213
Legislatura: 1888-1889
Sesión: 19 de diciembre de 1888
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Marqués del Pazo de la Merced.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 10, 102-106.
Tema: Política del Gobierno.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Yo siento mucho, Sres. Senadores, tener que debatir esta tarde con mi distinguido amigo particular el Sr. Elduayen, con el cual me unen no solo lazos antiguos de amistad, sino lazos antiguos de compañerismo, y siento que los deberes de partido le hayan obligado a salir del retraimiento que tristezas de la vida le habían impuesto. Por eso me es tanto más doloroso tener que debatir con S.S., siquiera sea para contradecirle (aunque lo he de hacer con la mayor parsimonia, por estas mismas consideraciones) en la mayor parte de los puntos que ha examinado.

Pero a mí se me ocurre la siguiente observación: si el Sr. Elduayen estaba en la situación penosa en que se encuentra, y que yo lamento más que nadie, ¿cómo es que algún compañero suyo no ha desempeñado su tarea? ¿O es que es sólo el Sr. Elduayen en la minoría conservadora?

Pero es más: ¿qué necesidad tenía S.S. de tomar la voz de su partido, cuando acababa de llevarla tan elocuentemente el Sr. Silvela? ¿O es que el Sr. Silvela no pertenece a la comunión conservadora? (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: ¿No ha oído S.S. lo que ha dicho el Sr. Silvela al empezar su discurso?) Allá el Sr. Silvela sabrá lo que pensar de sus amigos, cuando no se han dado por satisfechos con lo que S.S. ha hecho y dicho. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: El Sr. Silvela empezó diciendo que él no se iba a ocupar más que de un punto). De todas maneras, resulta que la minoría conservadora no ha quedado satisfecha de la defensa que el Sr. Silvela ha hecho. (Varios Sres. Senadores de la minoría conservadora: Satisfechísima).

Pues si quedaba satisfechísima, era inútil e innecesaria la intervención del Sr. Elduayen. (El Sr. Lasala: La tarea estaba dividida, y así lo anunció previamente el Sr. Silvela). Nada, créanme SS. SS.; el Sr. Silvela no queda muy bien parado para con su partido, y además, tampoco ha servido bien su partido al Sr. Elduayen, que no ha procurado ahorrarle el trabajo que se ha tomado en estas tristes circunstancias, trabajo que ha podido desempeñar cualquier Senador compañero de S.S., que para eso son los compañeros en el partido, para sustituirse los unos a los otros.

El Sr. Ministro de Hacienda, cuando se ha quejado de que el partido conservador renovara un debate que se creía terminado por él, no ha sido al responder a los Sres. Duque de Tetuán y Marqués de Aguilar de Campóo, sino contestando al Sr. Silvela, que lo renovaba con la ilustración y con la energía con que lo ha hecho. De manera que, en último resultado, el que renovaba el debate era el Sr. Silvela, que es conservador, circunstancia de que por lo visto se olvidan SS. SS. Y renovando el debate el Sr. Silvela, decía el Sr. Ministro de Hacienda: ?Yo creí que el partido conservador no quería reproducirlo?. No es, pues, justa la inculpación que ha dirigido S.S. al señor Ministro de Hacienda por haber hecho esa indicación al partido conservador. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: Al contrario; he dicho que participaba de su opinión, pero que tenía que defenderme). Pero vamos al asunto en los términos y en la forma que lo ha tratado el Sr. Elduayen.

Nadie ha puesto en duda la conducta patriótica del Sr. Cánovas del Castillo, y el partido liberal le agradece todo cuanto haya hecho en su favor, que yo creo que no lo ha hecho por favorecer al partido liberal, tanto como por favorecer a su propio partido y por favorecerse a sí mismo; pero al fin y al cabo, si la conducta ha sido patriótica, el partido liberal se lo agradece. ¿Qué ha hecho el partido liberal para no demostrárselo? Ha hecho todo lo que ha podido por el partido conservador y por su ilustre jefe; de modo que nos hemos correspondido, y en mi opinión, en la cuenta, en el cargo y en la data, me parece que no ha de salir muy mal librado el partido liberal respecto del conservador; porque el Sr. Elduayen comprenderá que si el Sr. Cánovas ha tenido una conducta patriótica, y ha deseado el bien, la prosperidad y el crecimiento del partido liberal, éste tampoco ha hecho nada en contra del Sr. Cánovas del Castillo. ¿A qué, pues, S.S. nos ha sacado esa cuenta? Porque, en último resultado, si el Sr. Cánovas no se ha creído remunerado con las manifestaciones hostiles que ha recibido, ¿qué tiene el partido liberal que ver con esas manifestaciones? Las reprueba tanto como S.S., las ha reprobado siempre y las reprueba hoy con la misma energía de siempre, y de ellas se ha lamentado tanto como el partido conservador y como el mismo Sr. Cánovas del Castillo; porque yo he declarado de la manera más explícita, que cualquiera que sea la causa de esas manifestaciones hostiles y cualquiera que sea su origen, yo las considero injustas tratándose del Sr. Cánovas del Castillo; y si las he considerado injustas, claro está que las he censurado. Pero ¿qué tiene eso que ver, para que yo no quiera, no deba, ni pueda, porque cometería una injusticia, censurar la conducta de las autoridades de Madrid y de los demás puntos donde el Sr. Cánovas ha recibido esas manifestaciones? El Gobierno considera que las autoridades hicieron lo que pudieron y que cumplieron con su deber, y por eso se ha opuesto a censurar a las autoridades por la conducta que en esos sucesos han seguido, y en cambio no ha escatimado las censurara más enérgicas contra esos acontecimientos.

No había, pues, para qué traer aquí los servicios que el Sr. Cánovas haya podido prestar a su país y aún al mismo partido liberal, porque este en ninguna ocasión le ha pagado con ingratitud esos servicios, que más que al partido liberal han sido al país, pero que no por eso agradece menos el partido liberal.

Pero yo no sé qué iba buscando el Sr. Elduayen con el origen de las manifestaciones hostiles al señor Cánovas del Castillo y al traernos el recuerdo de un parte telegráfico de Barcelona, que publicó un periódico, me parece que fue El Liberal, diciendo que los estudiantes se preparaban a recibir mal al señor Cánovas. Pudo haber algún estudiante que lo creyera así; pudo haber alguna persona de Barcelona que sin ser estudiante lo creyera; se lo comunicó al periódico, y éste, con intención o sin ella, lo publicó. Pero en eso, ¿qué tiene que ver el partido liberal? La prueba de que semejante indicación ni tal telegrama produjo el menor efecto, es que el Sr. Cánovas llegó a Barcelona y los estudiantes no le hicieron ninguna demostración, y por lo que ha dicho el Sr. Elduayen, recibió en aquella industriosa capital la ovación más grande y extraordinaria que recibir puede un hombre público, y que yo no trato de escatimarle, pero que [102] prueba, repito, que el referido parte telegráfico no causó el menor efecto. Pues bien, yo declaro al señor Elduayen que el Gobierno no hizo caso ninguno de ese telegrama, e hizo bien, porque si alarmado por él hubiera tomado medidas, habría deslucido esa magnífica ovación, y entonces sí que el partido conservador hubiera tenido motivos para censurar al Gobierno, porque impresionado por un parte del corresponsal de un periódico, había amenguado esa magnífica ovación con medidas de fuerzas o de vigilancia de que no hubo ninguna necesidad. ¿Qué tiene, pues, que ver ese telegrama, ni todo lo que ha pasado después, con el partido liberal?

Luego llegó el Sr. Cánovas a Zaragoza, y ocurrió lo que todos sabemos perfectamente; allí ya no fueron los estudiantes; en Zaragoza ya no hubo el parte telegráfico del periódico; el que produjo el efecto fue el camino de Canfranc. Yo no lo sé; pero aunque fuera el camino de Canfranc, no debemos ahora discutir quién ha hecho más por ese camino, si el partido conservador o el partido liberal. Aun cuando el partido liberal lo hubiera hecho todo y el conservador nada, declaro que la manifestación de Zaragoza hubiera sido injusta. ¡No faltaba más sino que los partidos y los hombres públicos, por realizar sus opiniones en la forma que creen más justa, siquiera estén equivocados, hubieran de merecer censuras y manifestaciones de esa clase, que yo rechazo enérgicamente! Yo declaro, y me alegro que se haya hecho esa observación, que es posible que el camino de Canfranc tenga la culpa, no porque no haya hecho en su favor cuanto ha creído en su conciencia que debía hacer el partido conservador, sino porque en Zaragoza están en esa idea, equivocada puede ser, de que ha sido necesario que el partido liberal viniera al poder para que esas obras continuaran; y no solo están en Zaragoza en esa idea las gentes vulgares, el pueblo, los que no ven más que por los ojos de la cara, sino que también profesan esta creencia personas importantes, y entre ellas algunas que pertenecen al mismo partido conservador. Yo me alegraría de que hubiera aquí algún Senador de Zaragoza, para que dijera cómo es verdad que la opinión de aquel país es ésa, la de que el camino de Canfranc se debe al partido liberal, y que el partido conservador ha sido un obstáculo para el camino a que ahora nos referimos.

Yo debo decir a S.S. que el camino de Canfranc se hubiera hecho con el túnel internacional, si a Francia no se le hubiera hecho entrever que al Gobierno español le interesaba tanto un camino como otro, que era conveniente para España que el Pirineo se abriese por dos puntos a la vez, y que España no tenía reparo en subordinar la construcción de un camino a la de otro. Si esto no se hubiera hecho entender a Francia, ésta habría abierto los Pirineos en la dirección de Canfranc. (El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: ¿Y por qué no lo ha abierto?) Porque después de nombrar la Comisión que debía entender acerca del punto en el cual había de hacerse el túnel, el partido liberal cayó, y se arreglaron las cosas de modo que se vino a convenir, no en un trato cerrado, en que al Gobierno español y al francés les convenía hacer a la vez los dos caminos, y que el uno no se abriría sin abrirse el otro.

Después de esto, debo recordar, Sr. Elduayen, que cuando S. M. el Rey Don Alfonso XII pasó por París, como satisfacción al agravio allí recibido, el Presidente de la República le dijo en un banquete que en aquel momento daba las órdenes oportunas al Ministro de Fomento para que se abrieran los Pirineos en dirección a Canfranc o por donde al Gobierno español le pareciera conveniente. En ese estado las cosas, era de suponer que el Presidente de la República cumpliría la palabra que tan solemnemente empeñó al Rey de España. Pero cayó, repito, el partido liberal, vino al poder el conservador, y no sé cómo aquella palabra no se cumplió; y ha sido necesario que el partido liberal venga de nuevo al poder para que de cualquier modo se haga ese camino de Canfranc. Francia verá si quiere o no abrir el túnel; si no quiere, hasta los Pirineos iremos, porque ni Francia ni nadie puede impedir que en el interior hagamos los caminos que nos parezca conveniente hacer. Como todo esto lo ha visto el pueblo de Aragón, que tiene sus ilusiones en ese camino, claro está que ha de ver con más afición al partido liberal que al conservador, y al jefe del partido liberal, que ha hecho todo lo posible por Canfranc, que al jefe del partido conservador, que no ha hecho nada en contra de ese camino, pero que, por guardar ciertas consideraciones que creyó estaba en el caso de guardar, retrasó la ejecución de las obras.

No hace al caso para la discusión presente nada de cuanto se refiere al camino de Canfranc; mas tenía que hacer estas indicaciones por vía de protesta contra las que ha hecho S.S., para poner las cosas en su lugar y que cada cual tome la responsabilidad que le corresponda.

Pero sigue la peregrinación del ilustre jefe del partido conservador, y dice el Sr. Marqués del Pazo de la Merced: ?Llega a Madrid el Sr. Cánovas, y a pesar de la manifestación hostil de Zaragoza, en Madrid el partido conservador hace, sin obstáculo alguno, la mayor de las observaciones?. Pues eso explica a S.S. que en Madrid, entonces, no había hostilidad alguna hacia el Sr. Cánovas del Castillo por parte de nadie. Pero ¿no se explica, no se da razón a S.S., de por qué viene la primera vez el Sr. Cánovas del Castillo a Madrid y no le pasa nada desagradable, y después, al volver la segunda, le ha ocurrido? ¿No se ha explicado S.S. el por qué de esa diferencia? Pues yo no la quiero explicar, porque, entre otras razones tengo la de no prolongar este debate y la de no hacer a nadie responsable de ciertos actos y manifestaciones desagradables.

Mas S.S. decía. ?¿a quién aprovechan esas manifestaciones? ¿Es que esas manifestaciones alejan del poder al partido conservador? Porque eso se ha dicho?. Yo no lo he dicho jamás; al contrario, quitando importancia a las manifestaciones bajo el punto de vista político, he declarado siempre que semejantes actos no deciden nunca, ni han decidido en ninguna parte, de las relaciones de los partidos entre sí, ni de la vida de esos partidos, ni de la marcha regular y ordenada de los partidos políticos. Pues si he dicho esto, claro está que no creo que haya nada absolutamente en lo ocurrido para que el partido conservador se aleje del poder. Otras consideraciones serían las que podrían tenerle más o menos alejado del poder; pero esa sola, no. Sin embargo, hay que convenir en otra cosa, sin que yo dé importancia a estas manifestaciones y sin que crea que influyen en la marcha de los acontecimientos [103], ni en las relaciones de los partidos entre sí y con el país.

Yo debo declarar que cuando un hombre político de la importancia del Sr. Cánovas del Castillo recorre las provincias y en todas partes es obsequiado, es agasajado, atendido, recibe ovaciones tan inmensas, tan extraordinarias y tan fenomenales como la de Barcelona, podría tener este partido el derecho, al volver a Madrid su ilustre jefe, de decir: ?Señores, el país, la opinión está conmigo; en todas partes me han recibido con los mayores aplausos; pues eso lo que quiere decir es que la opinión está con nosotros y no con vosotros; quitaos de ahí y dejadnos el poder?. (Risas. ?El Sr. Marqués del Pazo de la Merced: No es principio del partido conservador pedir el poder con esa clase de manifestaciones). Bueno; pero si no es principio del partido conservador pedir el poder de esa manera, en la otra Cámara ya ha demostrado que va entrando en esa esfera del progreso, que ha entrado en el camino de la propaganda, y que así como la ha hecho este verano, piensa continuarla en el año inmediato. Pues para algo se hacen las propagandas.

Por lo demás, yo no solo he dicho jamás que el partido conservador estuviera muerto, sino que por el contrario, he afirmado que conviene que el partido conservador no muera, y esto depende de él mismo. Si el partido conservador se empeña en no hacer caso de las circunstancias y en quedarse atrás del progreso de los tiempos en todos, es muy posible que se vaya anulando, pero eso dependerá de él; mas como no quiera, no solo no debe morir, sino que es necesario que viva para la misma vida del partido liberal, y sobre todo, para la vida normal y regular de las instituciones del país. Eso he querido yo siempre, esas han sido las explicaciones que he repetido una y otra vez, ese ha sido el deseo que siempre he manifestado. Su señoría, para contrariar esto, ha aducido como prueba de lo contrario y del supuesto deseo del partido liberal, el brindis que en un banquete pudo pronunciar un hombre eminente de nuestro partido.

Su señoría no se ha fijado en que aquel brindis era precisamente contestación a dos manifestaciones hechas por el partido conservador en la propaganda que se propuso realizar este verano; aquel brindis era una respuesta a dos discursos pronunciados, uno en Vigo y otro en Málaga, de tintes muy sobresalientes, de color muy subido y de conceptos muy poco favorables para el partido liberal, porque en ellos se decía, no solo que el partido liberal estaba muerto, sino que hacía mucho tiempo que se hallaba enterrado; y además, que de continuar como hasta ahora y de seguir en el gobierno, traería la ruina de las instituciones y la muerte de este país. De manera que los correligionarios del Sr. Elduayen, no solo mataban al partido liberal, sino que a consecuencia de esa muerte mataban también al país. (Risas).

Algo se había de contestar a estos discursos, y lo menos que se podía oponer era lo que aquel hombre eminente dijo, esto es: que si el partido conservador se empeña en creer que el partido liberal, por las reformas que realiza, va a matar al país, ese partido conservador es el que morirá, porque se queda más atrás de lo que exigen las necesidades de la época y el progreso de los tiempos. Pero ni entonces ni nunca he oído yo decir a aquel hombre político que convenga al partido liberal la muerte del partido conservador. No; no ha sido justo S.S. al tratar de la manera que lo ha hecho, el discurso de ese hombre político.

Yo no tuve conocimiento de él más que cuando lo publicaron los periódicos; pero lo hicieron tan mal, que su mismo autor me dijo que no lo conocía. No se extrañará, pues, S.S. de que ese hombre eminente no me consultase antes de dar esa contestación a esos dos discursos del partido conservador, porque no hay costumbre de consultar los brindis de los banquetes, que dependen de los que otros pronuncien, de las circunstancias del momento y de una porción de causas que impiden la consulta previa. De manera que yo no lo conocía; pero aun cuando lo hubiese conocido, no le habría puesto reparo ninguno, puesto que acepto la condicional de las frases a que S.S. se ha referido, o sea el que si el partido conservador se empeñara en oponerse a todo lo que el partido liberal haga, claro es que el partido conservador morirá por suicidio.

Yo no quiero hablar de los acontecimientos del 11 de noviembre y de si las autoridades pudieron o no hacer ciertas cosas de que se han ocupado tanto los conservadores y de que ha hablado también aquí el Sr. Marqués del Pazo de la Merced. El argumento Aquiles consiste en decir que las autoridades pudieron hacer en el Prado lo que verificaron en la estación: ¿por qué las autoridades prohibieron que entrara la gente en la estación, y no prohibieron que fuera al Prado? Porque es muy distinto, Sr. Elduayen. Es muy fácil impedir que entre la gente en la estación del ferrocarril; pero es muy difícil, imposible acaso, evitar que en un día de fiesta vaya al Prado y transite por la vía pública. ¿Y cómo se puede impedir esto en una extensión de más de tres kilómetros? Yo declaro a S.S. que si hubiese sido autoridad en aquellos momentos, le habría sido fácil evitar la aglomeración de gentes en la estación, pero no hubiera conseguido impedir que bajase la gente al Prado; y no quiero decir más sobre esto.

Me he de hacer cargo también, muy ligeramente, porque no quiero emplear con S.S. cierto tono, sino más bien conversar familiarmente, toda vez que S.S. no está ahora para debates, pues si lo estuviera, como S.S. es un adversario temible, yo, aunque con desventaja respecto a S.S., no rehuyo nunca el combate, y al combate iría con gusto, mas no está S.s. para ellos esta tarde; me he de hacer cargo, repito, de una indicación de S.S., que es, más bien que otra cosa, recuerdo de otras que el ilustre jefe de su partido hizo en la otra Cámara.

Me parece que huelga la pregunta de si el partido conservador puede hacer uso de los derechos que ejercitan los demás ciudadanos y partidos. Claro está que sí: con el mismo derecho que todos los partidos, el conservador puede hacer su propaganda; pero me ha de permitir S.S. que le diga una cosa, y es, que el partido conservador, como en esto las leyes no reconocen privilegios, no ha de tener ni más ni menos derechos que todos los demás partidos, porque a pesar de que yo quisiera que tuviera más facilidad el partido de S.S. que los demás, siquiera por la mancomunidad de ciertos intereses que existen entre ambos partidos, éste no es más que un buen deseo mío y una buena voluntad, porque las leyes son iguales para todos.

Yo aseguro a S.S. y a todo el partido conservador, que la ley se cumplirá para el ejercicio de este [104] derecho, de parte de todos los ciudadanos y de todos los partidos; que no encontrarán obstáculos, absolutamente de ninguna clase, siempre que el derecho se ejercite dentro de las leyes. Para eso está dispuesto el Gobierno, y es más, lo ha estado, porque en esos mismos acontecimientos desagradables, que yo con tanta energía como el que más condeno, el Gobierno ha mostrado el afán que tiene en hacer que todo el mundo respete en sus derechos al partido conservador; porque después de todo, ni en Zaragoza, ni en Sevilla, ni en ninguna parte, ha dejado el jefe del partido conservador de hacer uso de su derecho libérrimamente; ha verificado sus propagandas, ha tenido sus reuniones, sus meetings, y ha pronunciado sus discursos, y si para ello ha sido preciso que la fuerza pública le protegiera y defendiese, esa fuerza pública ha estado a su disposición. ¿Qué más podía hacer el Gobierno? Si hubiera habido algún atentado contra las reuniones del partido conservador, hasta el punto de tener que hacer uso de la fuerza pública, el Gobierno la hubiese empleado con energía; porque precisamente en los Gobiernos que yo he presidido, cuando me he visto obligado, con mucho sentimiento mío, a la represión por la fuerza, lo he hecho de veras, pues no me gusta que la fuerza pública se emplee más que de una manera rigurosa y severa.

Por esto mismo me miro mucho, y quiero antes se cumplan todas, absolutamente todas las prevenciones de la ley, y aún si es necesario, algo más, cual puede ser extremar la prudencia de parte del gobernante, para después obrar con energía, a fin de que cuando la fuerza pública se emplee, sea de veras, y no salga a las calles para se el ludibrio de nadie. De eso respondo yo en nombre del Gobierno, y el partido conservador puede tener la seguridad de que ha de encontrar en el Gobierno toda aquella garantía que puede necesitar para la propaganda de sus ideas y para hacer uso de todos sus derechos.

Pero es más: se ha hecho alguna indicación de que, por temor a una turba, no iría el partido conservador a las elecciones. ¡Ah, Sres. Senadores! el partido liberal, que se ha quejado muchas veces de la arbitrariedad y de la intolerancia de los Gobierno en las elecciones, no ha de tolerar la arbitrariedad de las muchedumbres ni de las masas. ¡Desgracias de esas muchedumbres ante las urnas electorales quieran cometer la más pequeña coacción!

Estén, pues, tranquilos el partido conservador y todos los partidos, que a las urnas podrán acercarse sin inconveniente alguno y sin temor de que nadie merme su derecho ni amengüe su libertad.

Ahora bien, si porque un hombre político tuviera un fracaso fuese a aconsejar a su partido que se retrajese de las urnas, eso no estaría bien hecho, eso no puede ser; porque podrá ocurrir aquel, aunque yo espero que no, y si sucede, el Gobierno, que está prevenido, procurará imponer el debido correctivo.

Cuidado, que es muy posible que un hombre político de un partido pueda encontrarse en una contrariedad; pero eso no sería ¡qué digo motivo! ni siquiera pretexto para que un partido se aparte del camino de la legalidad; porque bastaría esto para que determinados partidos o ciertos individuos que quieren la muerte del partido conservador (que yo no la quiero de ningún modo; todo lo contrario), procurasen hacer una manifestación de esa clase a fin de que el partido conservador no fuera a las urnas y si al retraimiento, lo cual produciría una gran perturbación en la política española; razón por la que eso no puede hacerlo nunca el partido conservador.

Esto, Sres. Senadores, claro está que el Gobierno procurará evitarlo, y si no lo puede evitar, verá de castigarlo cuanto en su mano esté; pero en absoluto, ¿cómo puede decir ningún Gobierno que esto a que vengo refiriéndome no pueda pasar alguna vez? Ahora mismo recuerdo un hecho que conviene citar. Era el mes de diciembre de 1840, reinando en Francia Luis Felipe, que tenía por Ministro a Mr. Guizot, ¡cuidado si era importante Mr. Guizot en Francia por aquella época, y cuidado si era soberbio! pues bien, no hay para qué decir cuáles eran sus ideas, porque ha sido maestro de los moderados españoles, y su doctrinarismo lo tomaron de él los partidos conservadores españoles. Dicho está que no hablo de los conservadores de ahora, sino de los de aquella época.

Pues como decía, en diciembre de 1840 llegaron los restos mortales de Napoleón I, que se iban a colocar debajo de la famosa cúpula de los Inválidos; todo Paría había ido a la gran explanada de los Inválidos a presenciar la ceremonia; iba el Rey y todo el Ministerio. El Rey fue recibido por aquella inmensa muchedumbre, no digo con entusiasmo, pero sí con muestras de simpatía y respeto.

Todas las tropas estaban formadas, toda la fuerza pública se hallaba en movimiento cuando llegó mosieur Guizot, y la muchedumbre prorrumpió en gritos de ¡abajo Guizot! y en silbidos que atronaron los aires, sin embargo de lo cual se verificó la ceremonia; y a pesar de aquella gran perturbación, Mr. Guizot no se quejó; el Parlamento estaba abierto, nadie dijo una palabra de aquel acontecimiento, al que Mr. Guizot dedicó en sus Memorias, creo que nada más que tres líneas. (Aprobación en la mayoría).

Pues bien; cuando estas cosas sucedieron en un reinado como el de Luis Felipe, con Guizot al frente del Gobierno, ¿no pueden pasar aquí y en otras partes? Por eso Mr. Guizot no dejó el gobierno, ni el partido a que pertenecía dijo: voy al ostracismo y al retraimiento. Hay, pues, que recibir esas contrariedades con frente serena, procurando evitarlas todos, los unos no dando lugar a ellas ni directa ni indirectamente, y el partido que se halle en el poder por los medios que estén a su alcance; si ocurren, hay que mirarlas como Guizot, que fue silbado en medio de todas las tropas de París, de todo el ejército que estaba con las armas en la mano, y de la policía que también se hallaba presente, sin que por eso pasara en Francia absolutamente nada. (El Sr. Duque de Mandas: Y ahora protege la casa de Boulanger). No cito lo que pasa ahora en Francia, porque no hay tanta semejanza ni puede ser ejemplo tan persuasivo para los conservadores como el ejemplo de Guizot.

Yo quiero concluir diciendo al Sr. Elduayen y al partido conservador, que hemos hablado mucho y que era mejor no haber hablado nada o muy poco, no solo por lo pasado, sino por lo que pudiera ocurrir en adelante; y por lo demás, sepa el partido conservador que el partido liberal no le tiene animadversión alguna, ni desea para nada su mal; por el contrario, el partido liberal quiere un partido conservador muy fuerte, muy robusto, muy compacto, muy unido, porque cuanto más robusto sea el partido conservador, créame el Sr. Elduayen, yo tengo la seguridad, y más que la seguridad la evidencia, de [105] que más unido y más fuerte ha de ser el partido liberal.

Además, el partido liberal no es infalible ni eterno; alguna vez ha de dejar el poder; yo espero que sea dentro de bastante tiempo (Risas); he de hacer todo lo posible por que ese tiempo sea muy largo, pero al fin y al cabo, no soy infalible ni mi partido tampoco; pudiéramos tener una desgracia o incurrir en un error trascendental hasta para los intereses de la Patria, y conviene que el partido conservador tenga toda la aptitud necesaria para poder reemplazar, ya que no con ventaja, al menos sin desventaja alguna, al partido liberal en el poder; sin desventaja, digo, para las instituciones y para el país.

Y es más: yo tengo otra esperanza: que de la robustez del partido conservador (claro está que entrando en las corrientes de la época), de la robustez del partido conservador, al mismo tiempo que del amor a la libertad y de la confianza en la libertad del partido liberal, ha de depender en mucho también la actitud de los demás partidos que no están dentro de la Monarquía. No quiero hablar de las fracciones que están dentro de ella y que son más o menos afines al partido conservador o al liberal, porque con el tiempo esas fracciones no tendrán más remedio que, o unirse al partido conservador, o venir con el liberal.

Hablo de los demás partidos que naturalmente han de influir en la marcha política de su país, que tienen derecho a intervenir en lo que se relaciona con los intereses de la Patria, porque son tan españoles como todos los demás; y, señores, cuando esos partidos vean que el liberal no tiene miedo a la libertad y que el partido conservador no es una amenaza contra las conquistas de la libertad, sino por el contrario, garantía y confirmación de las que el partido liberal realice, entonces esos partidos no tendrán razón de ser más que como ideales. Y yo os pregunto: ¿qué interés han de tener en perturbar su país, el país donde han nacido, donde tienen su familia, su hogar y sus intereses, si dentro de su ideal no pueden aspirar a mayor satisfacción que la que le ofrece el mismo partido liberal? (En la mayoría: Muy bien; muy bien).

Por lo demás, yo quería también haber dicho algo sobre lo mal que ha tratado S.S. al señor rector de la Universidad de Madrid. (El Sr. Pisa Pajares: Pido la palabra). Su señoría no tiene razón alguna para tratarle de la manera que lo ha hecho, y nadie que conozca al Sr. Pisa Pajares es capaz de suponer lo que S.S. ha supuesto del señor rector de la Universidad Central. Todo lo que hizo lo realizó con la mejor intención, y yo creo además que obró bien, porque de alguna manera había de convencer a los estudiantes de que no hicieran lo que pensaban ejecutar; pero, en fin, el señor Pisa Pajares tiene pedida la palabra; yo no quiero quitarle el gusto de defenderse de los cargos tan injustos que S.S. le ha dirigido, y me siento, pidiendo perdón a la Cámara por lo que la he molestado con estas breves frases. (En la mayoría: Muy bien; muy bien). [106]



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